Elogio de la
violación de la mujer-objeto
Escribe Frederico Füllgraf
Diputado brasileño escandaliza el mundo,
diciendo que no viola a su colega parlamentaria porque ella “no se lo merece”
En el Palacio del Planalto, en Brasilia,
la presidenta Dilma Rousseff recibía el informe final de la Comisión Nacional
de la Verdad (CNV), constituida en 2012 para investigar los crímenes de
violación de derechos humanos (DDHH) cometidos en los calabozos de la dictadura
militar, entre 1964 y 1985.
A decir verdad, cuando firmó
la ley que creaba dicha comisión, la mayoría de los crímenes y sus autores ya
eran conocidos, pero la presidente – ella misma una ex presa política torturada
– tenía que exorcizar la omisión de sus predecesores y convertir las denuncias
de los organismos de DDHH en memoria oficial de Estado.
Y mientras leía su discurso se emocionó,
porque uno de los tres volúmenes del informe de 4.400 paginas contiene relatos
sobre los 434 muertos y desaparecidos. La mandataria intentó retener las
lágrimas, pero no pudo. Contagiado, el auditorio completo se alzó de sus
sillas, le brindó una salva de aplausos y salió a abrazar a la presidente.
A cincuenta años del golpe
cívico-militar del 31 de marzo de 1964, por fin el Estado brasileño aceptaba la
catarsis. Pero fue necesaria una ex presa política como mandataria para que
ocurriera.
En paralelo, algunas horas después, la ex ministra de DDHH y ahora diputada María do Rosario, del Partido de los Trabajadores (PT), ocupaba la tribuna de la Cámara de Diputados, destacando la transcendencia histórica del informe.
En paralelo, algunas horas después, la ex ministra de DDHH y ahora diputada María do Rosario, del Partido de los Trabajadores (PT), ocupaba la tribuna de la Cámara de Diputados, destacando la transcendencia histórica del informe.
Pronunciaba sus últimas palabras, cuando
fue interrumpida desde el centro de la plenaria. El diputado Jair Bolsonaro
pedía la palabra. Cuando ocupó la tribuna, María do Rosario abandonó
ostensiblemente el recinto, en reiterada señal de protesta, pues ya sumaban más
de dos incidentes en los que el “colega” la insultó con palabras de baja calaña
y amenaza de agresión física, toleradas por un Congreso omiso e inoperante.
Entonces Bolsonaro disparó su
repertorio, un cóctel indigesto del pensamiento gorila y machista: “¿Por que no
te quedas, María do Rosario? Quiero que oigas lo que tengo que decir. El día
internacional de los derechos humanos es el día del vagabundeo, el día en que
el gobierno celebra la protección a los criminales!”.
Con un ataque frontal al pasado de la
presidente, quiso denunciar por enésima vez lo que es público y notorio: que
Dilma Rousseff fue guerrillera, que luchó las armas en la mano contra la
dictadura, que participó en un asalto a un banco, etc. etc. etc.
Todos actos “criminales”, según la
beocia letanía de la ultra-derecha civil y militar, pero desde siempre
admirados por el pueblo y explicados por los tribunales internacionales, que
hace décadas declararon a las dictaduras como regímenes ilegales y
usurpadores.
Pero en la tribuna o donde sea,
Bolsonaro no habla como un ser humano normal: el ex capitán del ejército brame,
gruñe, ladra y espuma al ritmo de metralleta, mientras su rostro se desfigura
con arrugas, ojos hinchados, manías y espasmos.
Bolsonaro sufre de trastorno disocial de
la personalidad, el parlamentario es un agresivo sociópata.
¿Pero será posible que el presidente de
la Cámara no haya prestado atención a su primera frase? Por suerte, en las dos
cámaras del Congreso graban todas sus reuniones, discursos y espectáculos
degradantes, y dándole vuelta al video allí está la frase increíble,
impronunciable, abominable: “Ud. me ha acusado de violador, y yo le contesté
que no la violo porque Ud. no se lo merece!”.
¿Cómo se explica que el presidente de la
mesa no le haya quitado la palabra, no le cortase el sonido al micrófono del
troglodita abyecto?
El arquetipo del terrorista y golpista
Tenía apenas nueve años cuando sucedió
el golpe civil-militar, que lo fascinó en su juventud y lo motivó a engancharse
en la Escuela de Preparación de Cadetes del Ejército y la Academia Militar de
Agujas Negras, de donde egresó como oficial paracaidista. En 1986, fue
arrestado durante quince días por liderar una manifestación no autorizada por
la mejoría de los sueldos de la tropa. No satisfecho, pocos meses después, el
paracaidista planeaba una serie de atentados terroristas.
El 28 de octubre 1987, un reportaje de la revista “Veja” denunciaba el plan del entonces capitán de explotar bombas “en distintas unidades de la Villa Militar, la Academia de Agujas Negras, y en varios otros cuarteles”. Detenidos, Bolsonaro y uno de sus cómplices, negaron perentoriamente las imputaciones, pero al ser entrevistado por la revista, el militar cometió un error: había diseñado un croquis de la bomba que sería explotada en la aductora de aguas de Guandu, que abastece Rio de Janeiro.
Se lo mostró a la reportera y olvidó
pedírselo de vuelta. Astuta, la periodista escondió el croquis en su cuaderno y
la revista entregó la prueba al general Pires Gonçalves, que lo denunció a la
Justicia Militar. Empero, contra todas las pruebas, el capitán terrorista – que
en su afán de dinamitar cuarteles y la principal aductora de agua de una ciudad
con 7 millones de habitantes, incorporó a su cálculo la muerte de decenas de
personas – fue absuelto por la Suprema Corte Militar; circunstancia que ilustra
la orientación ideológica del tribunal castrense.
Psicópata homófobo y defensor de la tortura
Pocos años después abandonó las fuerzas
armadas, porque su insubordinación recurrente le indicaba una carrera sin
futuro, y apostó a la política, haciéndose elegir, inicialmente, como concejal
del inexpresivo Partido Demócrata-Cristiano por el municipio de Rio de Janeiro.
En siete años, de 1988 a 2005, el ahora
diputado federal había logrado la proeza de inscribirse y luego desafiliarse de
cinco partidos políticos diferentes, minúsculos y conservadores, utilizándolos
como la mayoría de sus colegas como meros trampolines para sus intereses
personales.
En el Congreso prosiguió con su campaña
por mejores sueldos de la tropa y como vocero de los quistes conservadores
del law & order, que defienden la tenencia masiva de armas, la
pena de muerte, el fusilamiento de criminales por cuenta propia, ejecutables
sin proceso ni defensa, y que oponen virulenta resistencia a los derechos de
minorías, sean homosexuales o indígenas.
Con los 450 mil votos que obtuvo en las
últimas elecciones, Bolsonaro se siente “intocable”, radicalizando aún más su
resistencia a la democratización y la liberalización de las costumbres, ya sea
el debate sobre la descriminalización de las drogas livianas, las cuotas
raciales en la enseñanza pública, o las leyes que reglamentan la vida en
pareja, y sobretodo el reconocimiento legal de parejas homo-afectivas. Y porque
una nueva ley autorizaría la adopción de hijos a los homo-afectivos, el ex
militar la difamó como “incentivo a la pedofilia” y otros desastres de la
civilización. Su “receta” para tratar con un homosexual en la familia resume la
irracional acepción del sentido común, cargada de prejuicios: “¡Rómpase al
cabrón de una paliza, a ver si continúa con mariconadas!”
El año 2011, cuando el Congreso discutía
el proyecto de ley que criminaliza a la homofobia, Bolsonaro tomó asiento atrás
del diputado Jean Wyllys, un periodista gay asumido, y mientras este hablaba,
el ex militar lo insultaba en voz baja: “¡Puto sinvergüenza!”. El Partido Socialismo y Libertad (PSOL),
de Wyllys, demandó a Bolsonaro en el Consejo de Ética y Decoro Parlamentario,
acusándolo de diseminar el prejuicio y estimular la violencia, al justificar la
agresión y el asesinato de homosexuales en Brasil, demanda que quedó sin efecto.
Es más. Sintiéndose “inamovible”, desde
la tribuna de la Cámara de Diputados el derechista atacaba a “los gobiernos de
izquierda, comandados por terroristas”, a los que imputaba la “destrucción de
la familia y de las buenas costumbres”.
La impunidad como estímulo
Mientras el Estado se esfuerza para
proteger los DDHH, Bolsonaro reivindica las dictaduras. En agosto de 2000, en la Cámara de Diputados en Brasilia se celebraba el fallo
de la Corte Suprema chilena, despojando el ex dictador Pinochet de su inmunidad
parlamentaria. Contrariado, Bolsonaro berreó que “Pinochet debería haber matado
más gente”.
En 2012, cuando la presidenta Rousseff
instituyó la Comisión de la Verdad, el milico perpetuum causa la
provocó, vociferando que “el único error [de la dictadura] fue torturar y no
matar”, aullidos que reverberaron por altavoz lo que en los cuarteles se
tramaba en voz baja.Sin embargo, el mismo diputado hace una
aclaración. Su predilección por los fusilamientos de presos políticos y
criminales comunes no significa que desprecie la tortura. Todo lo contrario:
“el objetivo es hacer que el sujeto abra la boca. ¡Hay que reventar a los
gallos para que comiencen a hablar!”, declaró en la misma época a la revista
“Isto É”.
A cada iniciativa de los organismos de
DDHH, el propagandista de la tortura y del asesinato respondió con vejación,
injuria y ofensa. Para provocar a la agrupación “Tortura Nunca Mais”, que
muchos años antes de la Comisión de la Verdad ya buscaba las osamentas de
detenidos-desaparecidos, en la puerta de su oficina parlamentaria prendió un
dibujo con un cuadrúpedo, que decía: “Quienes exhuman huesos enterrados son los
perros”.
En los pasillos del Congreso se
divirtieron con la infamante broma, nada más. Y ahora, ante el criminal insulto
del ex militar a su colega María do Rosario, la presidenta Rousseff y su
gobierno callaron otra vez.
En una nota publicada el 13 de diciembre
en el diario “Folha de S. Paulo”, el columnista Ricardo Melo advertía que la
“licencia“ del diputado para cometer crímenes execrables, como la defensa de la
violación, no existe. “Las concesiones ante un pasado abominable cobran un alto
precio en el presente y en el futuro. El diputado Bolsonaro ahí está para
comprobarlo”… “Bolsonaro idolatra el abuso sexual, ofende colegas y, siempre
que puede, hace poco caso de los derechos humanos. Un bandido. Sus herederos
siguen por el mismo camino, clamando por una intervención militar. Un bello
día, la historia pedirá permiso para repetirse”.
Durante dos meses – durante y después de
las elecciones de octubre-noviembre de 2014 – Bolsonaro, su hijo y sus páginas
en las redes sociales intentaron precipitar la Historia, convocando
manifestaciones en São Paulo clamando por el impeachment de la
presidenta recién electa y un golpe militar.
El colmo del ridículo fue su petición
enviada por internet a la Casa Blanca en Washington, exigiendo una intervención
americana en Brasil: la extrema-derecha tropical histérica, llamando a
socorrerla a la caballería del General Custer.
No tuvieron éxito, en Avenida Paulista
no juntaron más que 5 mil individuos, y la Historia, astuta, no se dejó desviar
de su curso democrático.
Violación: el arma de los vencedores
Al decir “yo no la violo porque Ud. no
se lo merece”, el militar-parlamentario no sólo insultó de modo infamante a la
diputada María do Rosario, sino que ofendió el foro íntimo de todo el género
femenino sobre la faz de la tierra. En particular la memoria de millones de
mujeres cruelmente violadas por ejércitos vencedores y torturadores al servicio
de las tiranías, desde la remota Grecia hasta el oprobio de miles de mujeres
yazidíes, secuestradas y abusadas por la milicia terrorista “Estado Islámico”.
Con su banalización e incitación al
abuso sexual de mujeres, Bolsonaro reitera la continuidad de un acto arcaico
hoy tipificado como crimen repulsivo: la posesión violenta de la mujer como
“trofeo” de guerra.
En el Occidente, el arcaísmo repugnante
tiene sus raíces en la Grecia antigua, en donde la violación de la mujer del
enemigo era cláusula de reglamentos militares, considerada conducta socialmente
correcta. Tal aberración prevaleció desde la Antigüedad y la Edad Media hasta
el siglo XIX. Y a pesar de ser tipificada como crimen de guerra, la
violación masiva de mujeres por los ejércitos vencedores empapó de sangre
femenina todo el siglo XX: 2 millones de mujeres alemanas abusadas por el
Ejército Rojo de Stalin; 300 mil mujeres y niñas coreanas estupradas por las
tropas invasoras japonesas; y según informes de la ONU, “entre 100 mil y 250
mil mujeres de Rwanda violadas durante el genocidio de 1994; 60 mil mujeres
abusadas durante la guerra civil en Sierra Leona (1991-2002); más de 40 mil en
Liberia (1989-2003); hasta unas 60 mil en la ex Yugoslavia (1992-1995) y al
menos 200 mil en la República Democrática del Congo, desde 1998”.
La perversidad del “mérito” femenino
En esa estadística repulsiva se inscribe
la violación de miles de mujeres detenidas por motivos políticos en los
calabozos de las dictaduras latinoamericanas.
Al declarar el enfrentamiento de la
oposición como “guerra interna”, la dictadura brasileña justificó el secuestro
y abuso de decenas de mujeres jóvenes, de las que muchas se encontraban embarazadas.
Los casos documentados por la Comisión de la Verdad de Brasil superan cualquier
imaginario del terror: vejación de prisioneras desnudas, tortura en los órganos
genitales, abuso de esposas delante de sus maridos torturados, violación de la
vagina y del ano con palos, caños de armas, perros y serpientes, acto seguido
abuso por los mismos torturadores. Centenas de sobrevivientes argentinas y
chilenas tienen los mismos recuerdos.
La violación es el acto extremo del
dominio masculino sobre la mujer y busca su aniquilación. El abuso
despersonaliza y deshumaniza a la mujer, en algunos casos para el resto de sus
días. Hay mujeres que no resistieron a la humillación extrema, suicidándose.
Otras enfrentaron años de terapia para rescatar su alma quebrada, muchas aún
vagan por noches de insomnio a más de 40 años del instante de su suplicio. Y
esta obscenidad degradante el parlamentario brasileño la define como “acto
meritorio”, o sea, que las víctimas deberían “agradecer” por la violencia
sexual sufrida, suposición ciertamente engendrada por la mente enfermiza de
psicópatas.
Cada tres minutos, una violación; cada dos horas, un femicidio
La criminal banalización del abuso
sexual por el parlamentario brasileño se reviste de ropaje dantesco cuando es
proyectada sobre la pantalla de a vida cotidiana brasileña.
Según el 8º Anuario de Seguridad Pública
brasileño, en 2013 fueron registrados en todo país 50.320 casos de violaciones,
incluyendo hombres. Pero la documentación advierte una circunstancia que agrava
todavía más a las estadísticas: “según investigaciones internacionales, apenas
35% de las víctimas relatan los crímenes a la policía, de modo que en 2013
pudiesen haber ocurrido 143 mil violaciones”.
El abuso sexual y el femicidio en Brasil
provocan el vértigo y buscan un autor capaz de narrar la dantesca carnicería:
según ONU Mujer (2014), más de 92 mil mujeres fueron asesinadas en Brasil entre
1980 e 2010. Un operativo de guerra, una ciudad borrada del mapa empapada de
sangre femenina. La masacre está en curso, 5 mil mujeres asesinadas anualmente,
mujeres violadas, degolladas, hechas pedazos, una cada dos horas.
Expulsión de la vida parlamentaria y penalización criminal
Que un escenario como este vaya de la
mano con la democracia distributivista es un espanto. Que sea posible se debe a
las raíces culturales del machismo y a la vociferante impunidad: la ausencia
del Derecho y del Estado, que excitan y reaniman a sujetos como el ex capitán,
hoy parlamentario, a envalentonarse públicamente como violador.
Ela Wiecko, vice-procuradora-general de
la República, en Brasilia, demandó al diputado por incitar públicamente a la
práctica de crimen de violación. La denuncia (Inq 3932) fue formalizada el 15
de diciembre en la Corte Suprema brasileña (STF) y será analizada por el
ministro Luiz Fux.
Decenas de otras demandas – de
parlamentarios, agrupaciones de mujeres y DDHH – conmueven la sociedad
brasileña indignada. Habiendo quebrado no sólo el decoro parlamentario, sino
ofendido también a miles de mujeres victimadas por la tortura y el irrespeto a
su género femenino en escala planetaria, sería de esperar que los Parlamentos y
Gobiernos latinoamericanos emitan una nota de repudio, observando que la
presencia de Jair Bolsonaro en la vida política del más gran país de la región,
y su elogio de la violación, son incompatibles con la construcción de la Paz,
la Justicia y la Democracia en el continente latinoamericano.